miércoles, 2 de febrero de 2011

El Quinto Escenario

El Quinto Escenario. Mi yo interior

Es muy común entre los pensadores, filósofos o gente que simplemente le gusta pensar y usar su mente siguiendo los criterios de su razón, el pensar en su yo interior.
Esa conciencia que, tranquila te hace sentir en orden con el mundo, en equilibrio con toda sinfonía de vida, pero que alterada es como un laberinto con una niebla negra y densa, sólo te golpeas contra toda pared al no poder visionarla.

Cuando te encierras en esa oscuridad absorbente, esa oscuridad que hay latente en toda razón, esa oscuridad inherente a nuestra maldad, porque no lo neguemos, todo ser humano es hacedor de maldad sólo con sentir un ápice de tristeza, soledad, desamor, ansia, o cualquier sentimiento negativo y de oscuridad; todo lo que alberga el mundo a tu alrededor te parecen risas burlonas directas a ti, indicios de críticas a tu ser,.. sin poder expresar tu cabida por no conocerla.
Un día por la tarde, un sol que calienta tanto el alma como el cuerpo, un sol que es mirado de forma directa por toda planta deseosa de gajo de alimento; una calle luminosa y una persona dudosa de vida, abstracta a todo movimiento alrededor del mundo, andando con aparente rumbo constante pero realmente sin este, cabizbaja, centrada en sus conversaciones con su yo interior, un yo que sólo te discute, un yo que te lleva por donde no te conviene, un yo que no es yo, es otro. Ese yo no es un ser conveniente a nosotros, es nuestro yo negativo, el cuál hay que tenerlo en mente, pero no presente.

Nuestro yo interior, sólo es un retazo de lo que realmente deseamos y anhelamos, pero porque mostrarnos un yo oscuro; ¿que ha ocurrido en tu vida como para desear oscuridad?¿tanto nos cuesta olvidar?¿porque a mi?¿no debería haber sido así?¿yo no?¿la culpa es mía?, hay tantas preguntar para alimentar al yo interior que no tendría tiempo suficiente en la vida para escribirlas todas, y a todas es mejor tratarlas de forma positiva, así alimentar al yo interior de una amplia sonrisa.

Un yo interior que le tenemos domesticado como a una fiera desgarradora, pero tierna, dominada como una cobra que baila al son de nuestro silbido, ese yo puede sernos útil y cálido, en momentos de flaqueza, en vez de empujarnos ante el acantilado, nos agarra fuerte por detrás, sin soltarnos susurrándonos al oído "aquí estoy, y contigo voy", sólo con eso, ya merece la pena escuchar tu yo.

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